LA ABUELA - Relato
Entre la multitud que esperaba en
el muelle la llegada de las lanchas que traían a tierra a los marineros del
buque recién atracado en medio de la ría, obsesivamente Eudora buscaba
encontrar, armada de una antigua y borrosa fotografía de un joven mercante con
un solo ojo, al marinero que se le pareciera. “La abuela no notará la
diferencia” se repetía, pues la pobre abuela pronto estiraría la pata.
La vieja estructura del muelle
cinco, encajado el la rivera del malecón del ancho río, crujía suspendido en su
andamiaje de antiguos palos de mangle prieto que, incrustados en el fondo del
lodo que impúdica y paulatinamente descubría la baja marea, parecían disfrutar
saboreando el fétido aroma del metano, como recordando sus mocedades de cuando
se aferraban como árbol y en familia, a la tierra esmeraldeña.
Era preciso, se repetía
mentalmente Ramira, encontrar aquella misma tarde al marinero de jarras o la
“operación testamento” fracasaría; y sin posibilidad de un plan B, toda una
estructura tan bien planificada se derrumbaría como los castillos de naipes que
con su prima Laura construían de adolescentes a la sombra del porche trasero de
la casa de su abuela durante las soñolientas tardes de calurosos inviernos. Se
asombró que derrepente se acordara de aquellos acontecimientos; quizá el calor
de esa misma tarde marzo de 1930 y la urgencia del plan entretejido entre ella
y su tío, habían traído a su mente acontecimientos olvidados.
Súbitamente, como en un destello
de esos que te despiertan de un brinco a la media noche, le pareció ver la
imagen del marinero tuerto.
El negro Ebérgito Cimisterra, al
que todos llamaban “Ebergito” se apresura para abrir la puerta que
insistentemente golpea el Dr. Rojas.
-Cómo está la abuela, preguntó,
al tiempo que exhalada una bocanada de humo que lo absorbía de su vieja e
inseparable pipa mal oliente.
-Como siempre, respondió a la
pegunta Ebergito, esquivando el humo.
- Como siempre malita, y nos
preocupa.
El viejo negro había sido criado
desde muchacho por la familia de la abuela y le guardaba mucha gratitud a la
vieja por eso. Su madre había sido sirvienta en una antigua plantación de cacao
del padre de la abuela y, decían las malas lenguas que era hijo bastardo de un
hermano de la abuela, el cual había muerto de la peste bubónica allá por el 16.
Basta! Si continúo con este
ejercicio no podré detenerme ni dormir hasta no completarlo, dice abruptamente
este escritor. Simplifiquemos esta vaina que será mucho mejor. Ja Ja.
El nieto de la Abuela, el
marinero tuerto, había muerto hace mucho tiempo ya, información que la vieja
desconocía ó todos creían que desconocía.
La vieja es poseedora de una
cuantiosa herencia y tiene una cuenta en un Banco suizo con una enorme cantidad
de dinero que le dejó su marido ya fallecido.
Sin la presencia física del nieto
especialmente querido y recordado, no habrá testamento y sin testamento, la
batalla legal sería larga, ardua y tormentosa, pues primos lejanos estarían
dispuestos a la disputa y el dinero de la cuenta se perdería porque la vieja es
la única que sabe el cifrado de la clave.
La abuela, hace muchos años,
cuando su nieto vivía con ella, le dio siete números de esa clave, que tienen
relación con fechas y acontecimientos que solamente ella y su nieto saben. El
muchacho los memorizó y los cinco restantes códigos, le dijo la abuela, se los
daría antes de su muerte.
Por tal motivo TODOS necesitan
del marinero para obtener ese código de alguna manera ya que la abuela está
enferma, ya no se levanta de la cama y todos temen que muera.
El marinero de un solo ojo,
enterado del plan, fabrica su propia estrategia para sacar provecho personal de
la situación, pues, siendo pieza clave, domina el escenario de la intriga… Pero
él no conoce los siete primeros números de la clave ni conoce las fechas ni los
acontecimientos que los verifican.
Eudora, nieta de la abuela,
pretende, convencer al marinero tuerto, de que juntos podrían aprovechar la
situación e huir fácilmente en el viejo barco que reparan en el astillero,
lejos y ricos; mientras que los familiares que ya se sienten beneficiarios,
cuentan el dinero y las propiedades que aun no poseen, mientras pretenden no
dejar testigos vivos.
Todos tienen organizados sus
planes y cubiertos sus flancos. Todos dan por hecho sus planes, pero… se
olvidaron del negro Ebergito.
Continuará una noche de estas en
que el sueño huya y las musas vengan.
Carlos Vergancha Del Coito (El
Rurro)
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